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11.8.05

De la Sutileza














No nos diferencia de nuestros queridos animales el qué, sino el cómo. Como ostentadores de los colores y las formas, el plasma de nuestra dimensión pensante debe descender envuelto en seda; qué queda de la cultura si no?
Conocimiento incansable amparado por férrea tenacidad se desvanece en una fracción de segundo si no lo acompaña un mínimo de gracia y humanidad.
En el márgen latente entre la objetividad de lo que queremos proyectar y nosotros, hay un nicho infinito, una cueva parpadeante que nos llama; y negarla es negar gran parte de nuestra personalidad, además de la generación primaria del aburrimiento y lo soez.
Leer entre líneas, porque entre aquellas líneas podemos esconder el significado; en un instante, un silencio entre dos bocas puede guardar explosiones de los sentidos más poderosas que una tormenta eléctrica.
Hombres y mujeres ceñidos de sutileza guardan el cadáver durmiente que la esperanza legó hace añares, cuando el acto de comunicarse se volvió trivial y mecánico; cuando perdimos, además del tacto y el aliento, la apoteosis y el orgullo de ser humanos; cuando nos pisamos a nosotros mismos cual magna representación de la ridiculez, estrangulamos nuestras ilusiones frenéticamente y, bajando nuestras cabezas, nos dignamos -dignamos?- a gatear lentamente hacia nuestro diminuto fin.
Sólo la visión atemporal de alguien que puede oscilar entre su objetividad y su esfera de sutileza, y contempla inanimoso las lagunas tranquilas de la posibilidad, que aguardan extasiadas ser navegadas, surcadas y hechas bullir, puede perforar la difusa óptica que ante él se ha levantado para separarlo de su propia verdad.
Abrazad, pues, a la sutileza, mis hermanos! De las pocas cualidades humanas que aun se dejan ver, intermitente y estridente, puede iluminar el camino de nuestra salvación.
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