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8.10.05

De Ángeles, Demonios y Dioses


Cuéntase que cuando aún caminaba Mahalalel entre los mortales, y los hogares eran de roca desnuda, y los arcaicos vestigios de la naturaleza eran manojo de retoños llenos de vida, y los mares y las tierras aún peleaban y chocábanse en busca de espacio para respirar y reflexionar sobre el viaje que habían hecho desde el olvido, y los vientos gozaban de los colores del mundo mientras se batían en carrera de ventiscas, azotando maleza y arbustos a su paso, y el cielo aún no había decidido su color, a pesar de los insistentes consejos de sus hijas las nubes, y las estrellas probaban posiciones y discutían aún sobre lo escencial de una constelación, y las criaturas terrestres y marinas agitábanse ante tanta incomprensión de los fenómenos del mundo, la lluvia, los terremotos constantes, las inundaciones, las ventiscas de polvo, la ceguera que les producía el sol, pero por sobre todas las cosas, la sensación imponderable de estar vivos, se estremecía la Tierra entera ante la inevitable pregunta de quiénes la dominarían, y caminarían altaneros por sus prados frondosos y por sus dunas doradas, y navegarían sus aguas soberbiamente, y descansarían gozosos sobre el pasto luego de haber degustado sus lujuriosos frutos.
En un plano celeste, intangible, donde no alcanzaba la luz mas tampoco la oscuridad sino sólo los pensamientos osados, se encontraban cuatro misteriosos dioses sin orígen cuya participación en esta revolucionaria creación se mece hasta el día de hoy en los pétreos brazos de la ignorancia:
El dios Chronos había inventado el tiempo y el ciclo entre el día y la noche, dando específicas indicaciones sobre la rotación y bamboleo perpetuo de los cuerpos espaciales, y había sugerido repetidas veces a los demás, abogando por el eterno poder de los dioses, que la vida entera se confinara a esta inerte y cíclica concepción temporal, donde hay un tiempo que pasa pero, copiándose a si mismo, todo lo destruye y encierra la vida entera en un sinfin de monotonía cataláctica privándola de que un tiempo más real que ese pueda ser vivido.
Por otro lado, Adea, diosa del balance y de la belleza de las cosas y las criaturas, quien no compartía esta concepción porque quería ver crecer a sus criaturas en boceto que tanto esfuerzo le habían costado, instó a los restantes a reconsiderar su opinión. Ya había completado el prototipo de las plantas, los pájaros, las criaturas silvestres, las algas marinas y varios moluscos, y el del hombre y la mujer; mas nunca había pensado que el tiempo que Chronos inventara pudiera ser tan incisivo y determinante.
Tomuzi, responsable por lo material, las substancias, al aire y el espacio, de buen grado había recibido los bocetos de Adea para dar los últimos retoques a su delicada creación, mas la proposición de Chronos también lo turbaba en su medida. Hubiera ganado el corazón de Adea -algo que siempre deseó en secreto- si no hubiera inventado la muerte y el reciclaje material.
El cuarto dios siempre se negó a tener un nombre, dado que detestaba tanto lo material como lo linguístico -y de sus repetidos roces con Tomuzi no hay lastimosamente ningún recuerdo-. Había agregado, a espaldas de los otros tres, curiosos experimentos de retorcida autonomía en la dimensión del pensamiento, que estaba a su cargo. Entre estos, la suerte, que una vez concebida se escapó de su control; la depresión, que arrojó hacia la Tierra con desprecio por la aberrante sensación que le traía el manejar semejante cosa; pero lo más estrambótico que había ideado era una imagen de su propio ser, que anexó a escondidas entre los planos de Adea y de Tomuzzi. El único que concordaba completamente con Chronos, era él.
En esta época de confusión, pretendida inocencia e incertidumbre, dos expecies mortales alcanzaron la voluntad, cénit de la conciencia.
Los unos lucían cabellos del color del Sol, pálidos rostros que emitían cierta nostalgia y hermosura como si de la Luna se tratase, y ceñíanse túnicas color crema por debajo de sus alas. Su temple era pacífico, comprensivo, atemporal, mas sus ojos relampagueaban e hipnotizaban cual mágica tormenta. Altos y soberbios, algunos llevaban barbas de considerable extensión, y engarzaban joyas como diamantes, piedras de amatista y rubíes alrededor del cuello y en pecheras de plata y adamantio. Decían que venían de los cielos, y que habían bajado de las estrellas para hacerse de y cuidar la fructífera belleza de aquel nuevo mundo. No se los llamó "ángeles" hasta pasadas centurias, aunque con ese nombre se los recuerde.
Los otros, que habían llegado antes, conservaban como orígen las entrañas del mundo, el vientre de la madre naturaleza, y por eso llamábanse los hijos de la Tierra. Su tez era rosada y su contextura tosca. De sus hombros, brazos y piernas se asomaba un vello grueso. Sos ojos, de color morado, irradiaban desconfianza. Fueron éstos los primeros mortales no humanos que habitaron las cavernas y se refugiaron en los árboles jóvenes. No eran guerreros, pues nunca habían estado en batalla. Simplemente amaban la Tierra y tan respetuosos como agradecidos convivían en sus llanuras. El mito los ha confinado al nombre de "demonios".
Así las cosas, cabe explicar ahora que la paz hubiera perpetrado en su estridente amanecer si algunos de los ángeles más ávidos no hubieran concordado con el dios oscuro la tenencia del mundo, ensombreciéndolo con luz en un hipotético Imperio del Sol y la Luna.
Cuando tamaño osadía llegó a oídos de los demonios, y atestiguaron con sus propios ojos la construcción de pirámides, monolitos y castillos de mármol blanco y metales extravagantes que reflejaban el Sol con más filo que la mejor daga, inquirieron a los ángeles sobre dicho accionar, clamando que la Tierra nunca contemplaría dueños absolutos; mas fueron repudiados con desprecio al fragor de las armas.
Así, por primera vez la sangre se derramó sobre el suelo fértil, y ennegreció la tierra, y provocó que ciertos árboles se retuerzan en sequedad, pululando por la onírica gota de agua, y que algunos metales y piedras perdieran su brillo y orgullo.
Pese a los subsiguientes llamados a la paz por parte de Adea y las lluvias de Tomuzzi, las cuevas de los demonios fueron saturadas de rencor y venganza, y se organizaron en un estruendoso ejército que marchó hacia las puertas del castillo blanco tres días antes de la gran conjunción.
En una súbita reunión, los cuatro dioses, alertados por estos últimos eventos, discutieron acaloradamente y se enemistaron entre sí, exiliándose en cuatro puntos cardinales del universo cuya disyancia que los separa es cien mil veces mayor a lo que en su vida cien mil hombres podrían caminar. Se cree que en esta época nacieron los primeros volcanes y terremotos, y el mundo se sumió en una masa incontrolable de vida y angustia por su propia existencia. Así, dando la espalda para siempre, se despidieron los dioses creadores de su creación y de si mismos, algunos en dolor y llanto, otros en descarados planes de retorno sobre los que no sabe ni el mar. El tiempo se había detenido en una noche solitaria y sepulcral, y el canto de los pájaros era un recuerdo.
Y llegó el día de la batalla. Un día negro, ventoso, de aguas burbujeantes por el calor, de espadas melladas y de un cielo color sangre. Los ángeles ni siquiera dejaron a los demonios llegar a sus puertas! Se abalanzaron desde el cielo con lanzas y flechas que perforaban los primitivos escudos de los demonios. Al rato, las puertas del castillo se abrieron y una bandada de ángeles montados salió al encuentro de su enemigo, cortando cabezas y miembros de manera harto eficiente. Pero los demonios eran demasiados! Los ángeles voladores no podían vislumbrar el final del ejército que estaban enfrentando.
Así, avanzando a golpes, cortaduras y cuerpos sin vida, los demonios consiguieron entrar al castillo.
Los ángeles, intimidados, comenzaron a blandir sus espadas con miedo y una furia desesperada.
La duración de esta insensible batalla es otro interrogante, pero se sugiere que terminó a dos días de la gran conjunción.
En un amanecer indeciso, contados demonios se refugiaron en el sótano del castillo. Muchos ángeles habían volado, quizás pretendiendo llegar al Sol para pedirle que curara sus heridas. Y el campo de batalla era indecible montaña de cadáveres y vegetación muerta, y lo que no había sido incinerado del castillo ya no reflejaba la luz del Sol. El aire contenía un vaho enfermo y vomitivo. Ese día fue el más silencioso que experimentó el nuevo mundo. Ya no habían gritos, ya no habían lágrimas; y las cosas hermosas, y los valores, y la esperanza, se habían manchado de esta insensata y contagiosa locura.
Los demonios finalmente salieron a la luz, a un día de la gran conjunción, al encuentro de los pocos ángeles que quedaban, postrados y con sus alas maltrechas, quienes se habían agrupado tres montañas al sur.
Después de un día entero de búsqueda, los demonios consiguieron dar con lo que quedaba de su enemigo. Y en ese momento apareció Chronos, y el cielo se partió en emoción, y las nubes se empujaron por mirar, y por última vez la Tierra se iluminó con luz divina, y Chronos habló enfurecido hacia ambas especies sobre su terrible accionar, y quitó las alas a los ángeles y el grueso vello polar a los demonios, y fundió ambas especies en un color prácticamente igual y contextura similar; y a todos extirpó la memoria mientras la mano distante de Tomuzzi levantaba los cuerpos en el campo de batalla y levantaba los rastros de civilización, y Adea replantaba las hierbas y calmaba las aves para que volvieran a cantar.
Y Chronos oró: "Llámese a este día la gran conjunción, y que sea grata, pues si debiere volver, mi ira será triple e infernal".
Pronunciadas estas palabras, se desintegró, mas no se exilió esta vez, sino que esparció su esencia y voluntad para controlar por siempre el movimiento de los planetas y la sucesión perpetua entre el día y la noche.
De los actos del dios restante en ese momento, no se sabe nada, pero hay indicios de que sin que Chronos se diera cuenta, se inmiscuyó en su obrar y con razones inentendibles desparramó su poder casi por completo en las criaturas durante la transformación.
Así se bautizó el primer día de la historia humana.

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