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14.4.05

Épica Sonámbula



Noches atrás, y abandonando las cenizas de un día fulminante, caí en un profundo sueño, el cual tomó mi percepción de espacio y tiempo por escasas horas. Y de ningún modo lo hizo en vano, pues tenía algo muy importante que transmitirme.
Una tajada de mi ser fue situada en un jardín de verdes brillantes bajo un cielo invisible. Sólo veíanse los extensos campos cuya frondosidad se fundía en el horizonte.
Contemplada la homogeneidad y paradisíaca perfección de aquel extraño lugar, mi humanidad invocó la naturaleza inquisitiva que lleva a los hombres a explorar su medio circundante, y comencé a caminar en dirección totalmente incierta, pues nada había que marcase un punto cardinal, ni una estrella, ni un sol, ni un pájaro amigo en gozosa fricción con aquellos aires húmedos se prestaban como referencia. Me figuré que en algún momento debería toparme con algo, alguna persona, algún rastro de vida que no fuera el mío, el borde del horizonte, mi destino, una liebre escurridiza, siquiera una hormiga perdida. No había nada. Temí por mi devenir, ya que moriría de inanición si no escapaba de esa monotonía impenetrable y solemne.
Trazando aquel extravagante sendero de incertidumbre, caí en cuenta de que, como nada había además de lo mencionado, no sólo eran todos los caminos el mismo camino, sino que, aún mas, el camino era algo que no era necesario en ese mundo, dado que la distancia no era como yo estaba acostumbrado a percibirla. De hecho, me di cuenta de que allí la distancia no existía. Realmente parecía como si hubiese sido apresado con espejos en círculo que todo reflejaban a excepción de mi. No habían caminos, pues no había adonde ir. Era la homogeneidad la trampa del sueño, su acertijo fundamental, y el desafío era romper la simplicidad que proyectaba el espejismo. Así, en aquel sinfín de pasto y cielo, de tranquilidad sepulcral, me sentí encerrado. En este punto ya había concebido el nivel suficiente de conciencia como para darme cuenta de que estaba soñando. Quise entonces escapar del lugar y volver a mi vida mortal, donde la felicidad se purga de los momentos tristes y las miradas señalan rutas de vida en un segundo. Cerré mis ojos, tratando de manipular la ilusión y romperla.
No fue grato abrirlos y contemplar lo mismo que antes. O al menos eso creí vislumbrar. El horizonte se había agrietado y sollozaba de dolor. Había hecho un daño irreparable en la perfección, y abierto una chance para escapar, una puerta sin bordes hacia un campo gemelo que cohabitaba en las entrañas del primero. Evidentemente, pensar que salía hacia algún lado o entraba en otro no hacía diferencia relevante. Lo primordial es que había conseguido un traslado, aunque no físico, sino conceptual, pues aparentemente era el único que la ilusión podría soportar sin partirse.
Atravesé la grieta y delante mío se cruzó un árbol de altura incalculable, pues se perdía en el cielo. Aunque era esa la única novedad, me alegré, puesto que un mero cambio en el jardín bicolor, aun nimio, no podía ser trivial. Me pareció la única salida escalarlo, y así lo hice.
Y escalando estuve por enorme cantidad de tiempo, descansando por momentos en las ramas más gruesas para otear el paisaje, intentando perforar, aunque sea con la vista, la celda etérea en que intentaba ser burlado. El árbol parecía interminable. Ya hace tiempo había perdido la visión del suelo, el cual mostrábase como una gran mancha verduzca cubierto por una sábana de niebla. El paisaje sólo constaba ahora de cielo, arbol, y cielo. El viento me empujaba, celoso, las pocas ramas que osaban extenderse allí se partían, y mis manos estaban rasgadas por la aspereza del tronco. Comencé a sentirme cansado y por momentos pensé que si no llegaba pronto a la copa me dejaría caer en los brazos de la ventisca, el camino póstumo y mortuorio. Aunque si hiciera eso, despertaría sin saber nunca el propósito del sueño, y habría fracasado la prueba. Y además pensé que, si ya había subido tan alto, al punto de ya no poder vislumbrar el suelo, seguramente estaría cerca del tope, y debía seguir subiendo. Alentado por esto último, continué mi escalada por un tiempo incierto hasta que ese aliento casi habíase consumido. Dubitativo y desganado, volví a mirar hacia arriba.
Muy a lo alto, se cernía el techo de nubes que, iluminadas por un sol imaginario, me invitaban a contemplar la belleza silvestre a su lado. Esto ya lo había visto antes, pero no había podido acercarme en absoluto. Recordé cómo había quebrado el paisaje con anterioridad, cómo la distancia era tramposa, y cómo la única forma de avanzar por la ilusión era burlando su sinceridad. En ese momento me determiné en usar las energías que me quedaban para llegar a la cima o perecer en el intento. Ya había hecho un trecho larguísimo, y si despertaba del sueño sin una respuesta clara, lo logrado hasta ese punto, tan cerca del final, habría sido irrisorio. Además, la vigilia ya estaba empezando a tironearme de la espalda, para llevar mi mente otra vez a mi lecho en donde despertaría, la niebla se colgaba de mis piernas, y el viento soplaba feroz e intermitentemente hacia abajo, como si de azotes se valiese. Arriba, el techo de luz cegadora estaba sacudiéndose, y caían pedazos de él sobre mi cabeza y hombros, aunque brillaba cada vez más intensamente. La ilusión entera estaba derrumbándose por mi lucha, quizás retorciéndose por el destello de sentimientos humanos que irradiaba, quizás estaba más confundida que yo, que no quería irme sin respuestas. Quizás entristecida porque no había podido contenerme, quizás porque ya había olvidado el secreto que guardaba. De cualquier forma, el tiempo se estaba terminando, y ya empezaba a percibir otra vez el mundo sensible.
Hice, entonces, desgarrador esfuerzo por seguir subiendo un poco más, pero concentrándome esta vez en la escencia misma del traslado que estaba realizando, bautizando de fe cada movimiento, intoxicando el hechizo con sensaciones propias de mi mundo, el de la vigilia, quebrando el espejismo cuanto más me acercaba a su secreto, destruyendo aquel paraíso de tranquilidad por completo, puesto que era aburrido, monótono y no apto para un ser humano -válgase la redundancia, ni en sueños-, o, al menos, no para uno sólo, pero detrás de la monotonía había una enseñanza preciada, enigmática y fatal, que alguien había guardado allí protegiéndola con una placentera ilusión. De lo contrario, en vez de un agradable jardín, sólo representaría un infierno aterrador de estabilidad, esterilizado y seco de pasión! Estaba convencido de que algo muy especial estarían atesorando esas nubes centelleantes.
Con este pensamiento, tenaz, ya casi despierto y liberado del hechizo perpetrado contra mi, levanté la cabeza una última vez y atravesé el techo de luz.

7.4.05

Deus ex Machina

God from the Machine

Luminosas criaturas somos, no partículas de silicio. Nuestro pensamiento no muere en un profuso torrente de información, sino que habita las esferas celestes, y atraviesa vertiginosamente dimensiones desafiando espacio y tiempo, barriendo toda solidez material. Tal hermosura no puede provenir de algo mecánico.
No hay que olvidarse de que la comunicación, ergo la cultura y la tecnología, son sólo herramientas y cualquier asombro que puedan producir es artificial, y se desvanece cuando se intenta tocar o se espera recibir de ellos alguna emoción, o señal de satisfacción. Sólo encontramos esto en entidades vivientes, no en los instrumentos de los cuales nos valgamos. Justo como en aquellos sueños en que anhelábamos visceralmente la posesión de algún objeto misterioso, y cuando lo conseguíamos lo guardábamos bajo la almohada y seguíamos durmiendo, pero cuando los haces de luz joven nos arrebataba ese sueño encantador, nos frustrábamos imponderablemente al ver que el objeto no estaba. Exhorto: ¿Nos hubiera hecho realmente felices -en el sentido más crudo y sobrio de realidad- el que allí hubiese estado?
De cualquier forma, aquella tristeza derivada del sueño debería haber sido canalizada hacia algo más, sin dejarla partir hacia la oscuridad, donde las ideas frías perecen, hacia algún propósito que no se valiera de la consecuente adquisición de algo tangible. Eso hubiera sido aprovechar, en efecto, la experiencia.
Del mismo modo, pasados los años, no es un objeto de ensueño lo que atenta contra nuestra integridad, sino una bestia de plasma y magnetismo con la cual nos hacemos uno, día tras otro, enajenando, aunque no lo queramos ver, valiosísimos pedazos de nuestro ser, echando por los siete mares el preciado motín que nos regaló nuestra percepción del universo, viviendo por algo sin vida.
El uso de este intrumento debería tener los mismos límites que los enunciados anteriormente. Una persona no habla al viento porque cree que este le contestará, cual escritor no escribe con el propósito de que su obra lo cuide cuando esté enfermo. No estoy condenando su uso, pero sí su abuso. Cualquier exceso es pernicioso, pero éste puede ser terrible como el trueno, devastador como el huracán!
En esta época de confusión y sentimientos coloridos y opacos que se entrelazan, más que nunca, debemos alzar nuestros fines por encima de los medios. Esta reflexión podrá ser de gran utilidad, hasta quizá desborde en honestidad, porque podremos conocernos mejor a nosotros mismos, y no a través de una ecuación insípida, y garantizo brindará flexibilidad y armonía en numerosos tipos de accionar. El día que olvidemos quiénes somos y nos hayamos vuelto automáticos, habremos vendido, por un puñado de tierra infértil, el último rasgo de nuestra solemne, majestuosa, hermosa, triste y alegre humanidad, lo cual es lo único que mantiene abierta, agonizante, la brecha entre la luminosidad de las mentes y la aspereza de aquella bestia inmortal en cuyas aguas nos sumergimos, carentes de sensibilidad. Mis ponderados, nunca suframos tal ocaso vital!

5.4.05

Sin Título



A ti me enfrento, apoteosis irrisoria, hermano de la inseguridad, de la falacia, de la paradoja!
Suficientes se enfilan los males que has perpetrado ya, los corazones que has desgarrado y los espíritus que has abandonado maltrechos en el camino hacia la armonía.
Has engañado descaradamente, hundiendo con tu histeria los sueños más valiosos, más queridos y anhelados, título póstumo.
Pometiste jolgorio, prometiste alegría, incomnemsurables campos de felicidad, para luego morder la mano del que te ha alimentado ciegamente, viciando su fe y escupiendo indecibles pensamientos a los cuatro vientos.
Ruevuélcate, entonces, cuando te abandonan, título inservible, ilusorio, mentiroso, motor impío de la sedición, de la traición, pedestal quebrado que engolosinado con su risa se desboca espantosamente y ventila sus mentiras cuando es expuesta su intención a la luz de la verdad, pues ya no eres invisible!
Tu ancla en la cultura humana se corroe, puesto que la insipidez dura mucho entre los hombres y las mujeres, pero no es eterna. Y se encuentra en dicho lar mi regocijo, pues estoy convencido de que en el camino hacia la prosperidad, se desharán de ti cual trapo maculado de sangre.
Advierto y siempre advertiré a mis queridos sobre tus manias y podrán discriminarte cuando quieras acercárteles desde las sombras!
Así pues, sea con mi mal visto carcomido el semblante de tu tranquilidad, y mirad bien hacia abajo, porque allí en donde estás parado cederá y caerás gritando perdón en los abismos del olvido.
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